Encebollao de Semana Santa |
Bacalado Rebozao |
Los
primeros habitantes de la zona del Lacio eran básicamente agricultores y
guerreros, manteniéndose con una alimentación prácticamente vegetal:
los guisantes, los cereales hervidos, habas, lentejas, garbanzos, coles,
lechugas, cebollas y ajos, eran la base de su pitanza cotidiana. La
importancia de la agricultura en aquellos primeros tiempos hizo que
muchas familias guardaran, el sobrenombre de algún antepasado dedicado
al cultivo, dando origen a los Lentulus, Fabus, Piso o Lactucius, como
si fuese un apellido del que estar verdaderamente orgullosos. Sin
ninguna duda fue la civilización griega la que enseñó a los romanos el
arte culinario; pero el dinero, como siempre, fue el detonante de un
cambio drástico ya que los ricos romanos se dieron cuenta de que era muy
caro introducir a los cocineros griegos en Roma para practicar lo que
se había dado en llamar el “ars magirica” –la palabra en griego para
designar al cocinero es magiros-. Curiosamente, hasta que llegaron
noticias sobre los cocineros griegos, los rancheros se contaban en roma
entre los esclavos menos apreciados. La influencia griega en la
primitiva gastronomía romana era tal que, todavía en los albores del
siglo I a.C., sólo se servía una clase de vino griego en los banquetes
más suntuosos. Es muy posible que la costumbre española de admirar todo
lo que viene del extranjero, menospreciando lo propio, sea una herencia
de los romanos que dominaron Hispania durante algunos siglos; lo que
sucede es que, como es natural, hemos sido capaces de aumentar y mejorar
esta moda para llevarla a la excelencia del desdén a todo lo que sea
español, sea un profesional o el himno nacional. Para darnos una idea
de la nula especialización que había en el terreno culinario, antes del
año 180 a.C., eran las mujeres quienes se encargaban de amasar y cocer
el pan para la familia, puesto que en las ciudades todavía no había
ningún panadero profesional. - See more at:
http://www.laalcazaba.org/cocina-y-gastronomia-romana-por-jose-manuel-mojica-legarre-escritor-amo-y-senor-de-los-fogones/#sthash.ID1VPLO8.dpuf
Los
primeros habitantes de la zona del Lacio eran básicamente agricultores y
guerreros, manteniéndose con una alimentación prácticamente vegetal:
los guisantes, los cereales hervidos, habas, lentejas, garbanzos, coles,
lechugas, cebollas y ajos, eran la base de su pitanza cotidiana. La
importancia de la agricultura en aquellos primeros tiempos hizo que
muchas familias guardaran, el sobrenombre de algún antepasado dedicado
al cultivo, dando origen a los Lentulus, Fabus, Piso o Lactucius, como
si fuese un apellido del que estar verdaderamente orgullosos. Sin
ninguna duda fue la civilización griega la que enseñó a los romanos el
arte culinario; pero el dinero, como siempre, fue el detonante de un
cambio drástico ya que los ricos romanos se dieron cuenta de que era muy
caro introducir a los cocineros griegos en Roma para practicar lo que
se había dado en llamar el “ars magirica” –la palabra en griego para
designar al cocinero es magiros-. Curiosamente, hasta que llegaron
noticias sobre los cocineros griegos, los rancheros se contaban en roma
entre los esclavos menos apreciados. La influencia griega en la
primitiva gastronomía romana era tal que, todavía en los albores del
siglo I a.C., sólo se servía una clase de vino griego en los banquetes
más suntuosos. Es muy posible que la costumbre española de admirar todo
lo que viene del extranjero, menospreciando lo propio, sea una herencia
de los romanos que dominaron Hispania durante algunos siglos; lo que
sucede es que, como es natural, hemos sido capaces de aumentar y mejorar
esta moda para llevarla a la excelencia del desdén a todo lo que sea
español, sea un profesional o el himno nacional. Para darnos una idea
de la nula especialización que había en el terreno culinario, antes del
año 180 a.C., eran las mujeres quienes se encargaban de amasar y cocer
el pan para la familia, puesto que en las ciudades todavía no había
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